Julio Santoyo Guerrero
Han esperado la oscuridad de la noche para abandonar sus casas. Hacerlo por la carretera es caminar hacia la muerte. Algunos lo hicieron hace meses, cada cual por su lado y por distintas veredas. Han salido sin hacer ruido y con la boca bien cerrada.
Tenía que terminar mal. Hace algunos años llegaron hasta aquí los de las camionetas “perronas” vestidos con ropa camuflada y con rifles amenazadores. ―Primero nos dijeron que ahí estaban para hacer amigos y les creímos, y ofrecieron paz y protección y también les creímos, nos dijeron que nos salvarían del enemigo, aunque no supimos de cuál.
―Luego hablaron de gastos para asegurar la paz. Con el paso de los meses fueron por la riqueza del lugar, la resina y la madera. Y no se conformaron con poco fueron por la mitad del valor de la resina, si costaba 24 pesos el kilo ellos reclamaron 12. La madera la tomaron por completo y ellos decidieron cuánto pagarnos por cada trozo, por cada tabla.
Me han dicho, no solo es el control sobre la madera y la resina, también está de por medio el cultivo y trasiego de marihuana, la ejecución de secuestros y con seguridad la operación de laboratorios. La zona oriente de Madero, una de las más distantes de Villa Madero y también de Morelia, sirvió como refugió de criminales quienes habían pasado inadvertidos hasta que pudieron crecer al punto de buscar la expansión como acto vital. Eso es lo que está en curso.
Así que los pueblitos de la zona terminaron esclavizados al crimen. Hace un par de años un campesino de ese lugar me dijo “ya estamos hasta la madre de estos ladrones y asesinos”, pero entonces no pudieron hacer nada porque el gobierno, a pesar de tener información suficiente de “inteligencia” jamás quiso actuar para expulsarlos y detenerlos.
Como el monstruo criminal no tiene orden ni límites ni lealtades, mucho menos honor, porque más bien su credo es el caos y el control absoluto que se solaza con el terror y el desprecio de lo humano, ha llevado a los pobladores, a los que quieren y pueden, a escapar del infierno en que convirtieron a sus comunidades. Fugarse ha sido un acto de libertad y de afirmación humana frente al abandono y la orfandad institucional.
El último paso hacia la esclavitud fue ya demasiado: convertir a los hijos en carne de cañón para defender a tus esclavistas contra otros que buscan lo mismo. ¡El dolor que deben sentir los padres cuando te arrancan a tu hijo para hacer que se mate con otro, con seguridad hijo de otros padres también esclavizados! El testimonio es brutal: los asesinos comenzaron a llevarse en leva forzosa a algunos jóvenes e incluso algún niños para que, dicen, “le topen” a los otros y al ejército.
Hoy son decenas de desplazados y en las últimas semanas, según testimonios de pobladores, el número de muertos supera a los 14. En la disputa de los grupos criminales la población ha quedado a la mitad de su guerra. El eslabón más débil, los pobladores, son acusados por los cárteles de ser colaboradores del enemigo y contra ellos desahogan su furia.
Muchos desplazados han llegado a Morelia con solo la ropa que traían puesta. Han dejado sus casas, sus corrales y sus parcelas, sus bienes, su ganado y sus medios de trabajo. Están en completo desamparo y sin esperanzas de que podrán volver.
La guerra de los cárteles que se disputan el territorio de El Capulín, el Tigre, el Ranchito, La Muñeca, el Cerro del Gallo, la Cuesta del Toro, si no se acota con la presencia militar, terminará en poco tiempo ampliando su foco de conflicto y muerte hacia las tenencias del Ahijadero, Etúcuaro y hasta la cabecera municipal, Villa Madero, pues ese es el territorio general en disputa.
Hay quienes dicen que la guerra se anunció con la muerte de Leonel Pérez el 7 de abril. Él era un personaje reconocido en el Duende y el Capulín. Cuando iba por la carretera de Ichaqueo hacia el Ranchito lo acribillaron en su camioneta y le quitaron la vida. Pero la nota apareció en la prensa como un hecho aislado. No se quisieron hacer cargo de las implicaciones y de las consecuencias. Todos estaban advertidos de lo que venía, pero el gobierno se quedó quieto.
El gobernador Bedolla se ha comprometido a realizar la investigación del caso. A estas alturas ya sabrá de las dimensiones del problema. Con seguridad la investigación deberá dar con los responsables de los crímenes, de la extorsión a las personas, del reclutamiento forzoso y también deberá dar cuenta de los vínculos de estos grupos criminales con autoridades que los respaldan y con quienes se han dejado ver públicamente.
Los pobladores de la zona exigen lo que cualquier ciudadano exigiría ante una crisis semejante: que el gobierno recupere el control territorial a través de la aplicación de la ley; les garantice la seguridad, la vida, y la protección de su patrimonio; que se establezca de manera permanente un operativo para salvaguardar la paz; que se haga un censo de desplazados, se les atienda con alimentos, medicinas y se les procure hospedaje si fuera necesario, en tanto se recupera el territorio y puedan retornar a sus hogares; y, que se establezca un cerco de seguridad para evitar que la guerra se propague al resto del municipio de Madero.
Durante años, como en muchos lugares de Michoacán y México, el gobierno dejó crecer a los criminales, las consecuencias ahora las está pagando la población.